El mes pasado compré un par de CDs de Bill Evans, los que he comentado en las dos entradas anteriores y desde que los escuché siento una especie de síndrome que tan solo deseo escuchar música de Evans, a todas horas. He intentado "desintoxicarme" con Charlie Parker, Coltrane, tan solo Miles ha logrado quitarme un poco esta dependencia. Me siento "billevanspirizado" seguramente se me pase, aunque no sé si quiero curarme. Dejo por aquí este video y un par de temas del album "Alone (again)" una delicia de Bill en solitario.
Saludos a todos, a los viejos amigos y a las nuevas incorporaciones.
Disco recomendado: Bill Evans, Alone (again). (Fantasy Records, 1976)
Saludos a todos, a los viejos amigos y a las nuevas incorporaciones.
Disco recomendado: Bill Evans, Alone (again). (Fantasy Records, 1976)
Pues si que te ha dado fuerte, Dizzy, ja,ja..
ResponderEliminarMe he reído mucho con lo de que estás "billevanspirizado".
No te preocupes, es algo frecuente y nada grave. A más de uno nos ha hipnotizado y nos ha hecho sentir la necesidad de escucharlo una y otra vez, nos ha removido por dentro, dejado sin aliento y a la vez ha despertado en nosotros sentimientos y emociones que nos han hecho ver el día a día con una óptica diferente.
...Y, sin lugar a dudas, tal y como está el panorama, plagado de vampiros y chupópteros pululando por ahí, es todo un honor y un placer estar "a solas" con Bill y ser "mordido" por él.
Besos.
APOTEOSIS DE BILL EVANS
ResponderEliminarEl 6 de julio de 1961 Scott La Faro estrelló su auto contra un árbol.
Con Scott La Faro murió algo indescriptible. Paul Motian y Bill Evans, sus compañeros en el trío, erraron durante años buscando eso que se fue al más allá con el joven contrabajista. Eso que murió con La Faro fue la fuerza invisible que unió a ese grupo y que produjo una gigantesca ola de renovación musical que se extendió en el tiempo y en el espacio a todos los tríos de jazz y a todos los pianistas del mundo. Por eso no es de extrañar que los dos sobrevivientes cayeran en una oscura tristeza de la que sólo saldrían años después.
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Bill Evans está frente al piano; ni lo mira; se sienta en el banco; pone las manos largas como árboles sobre las teclas y el aire se llena con Alice in Wonderland. Bill no es el de antes. Ya no luce esa elegancia que se hacía una con la música. Ahí está: barbudo, abstraído e inclinado, como siempre, sobre su instrumento.
Joe toca su batería. De vez en cuando mira a Bill y a Marc. Los mira porque les gusta mirarlos. Le parece un milagro estar sentado junto a ellos, tocando esa música tan delicada. Bill, en cambio, no abre los ojos. Lo más seguro es que esté a cientos de millas de aquí, jugando golf con su hermano Harry mientras sus manos ancianas tocan el piano. A Bill le encanta el golf. Todos sus compañeros músicos lo saben. Por eso cuando lo ven así, tan distante, se preguntan en tono de broma que en cuál hoyo estará.
Qué raro es ver en semejantes fachas a este hombre que fue modelo de sobriedad al vestirse. A sus cuarenta y ocho años queda poco del dandi cuya delicadeza al piano parecía una extensión de su elegancia al vestirse. La verdad es que Bill se vestía bien, pero tuvo sus malos momentos, como los tenemos todos… Cuando murió La Faro, hay quien dice que vio a un zombi exacto a Bill Evans deambulando todo sucio por el Village. Así también lo vieron los ojos del anonimato varias veces: unas, poseído por las sustancias que consume, y otras, derrumbado por el suicidio de su primera esposa y la separación de la segunda.
El golf… Sólo el golf y la música salvan. Su papá ofrecía cursos de golf para aprendices. Por eso los hermanitos Evans apreciaban tanto ese deporte. Cada semana iban una o dos veces al Gambler Ridge a jugar y a olvidarse de todo durante un par de horas. Así se hicieron adultos entre instrumentos musicales, música clásica y palos de golf.
La mamá de Bill era rusa y, por haber estudiado piano en su juventud, tenía una respetable discoteca en la que, además de los discos, había una extraordinaria cantidad de partituras que el joven Bill leía con fruición todos los días, antes y después del golf, antes y después de la clase de teoría y solfeo, antes y después de las clases de piano. Si alguien pregunta por la fuente de la genialidad de este hombre, respóndanle que se encuentra en la lectura enjundiosa y placentera de cientos y cientos de partituras de cualquier cantidad de compositores clásicos y contemporáneos: de Bach a Rachmaninov, de Debussy a Stravinski, de Prokofiev a Duke Ellington, de Ravel a George Russell y sigan contando.
Bill Evans fue un hombre melancólico y sensible. Más de una vez la pasó mal en el quinteto de Miles Davis por ser el único blanco. Como no basaba su música en el blues y como tenía una cultura musical más amplia que la de todos ellos juntos, los hombres de color no lo trataron bien. Créanlo o no, Cannonball Adderley y John Coltrane sembraron toda clase de cizaña para que el gigante se fuera del grupo.
Y un día, sin dar demasiadas explicaciones, se fue.
Le hicieron (y nos hicieron) un gran favor porque Bill Evans se convirtió en lo que estaba destinado a ser: un titán, un monstruo inalcanzable cuya luz se acentúa con el paso de los años.
A mi ese síndrome me dió hace tres o cuatro años y aún sufro sus secuelas. En mi caso no solo era la necesidad de oírlo también quería verlo tocar, por eso bajé todos los vídeos que he podido encontrar en Internet y eso que hay unos cuantos. Así, a parte de su incólume capacidad musical he podido contemplar la transformación física de ese hombre: cuando se pudo despojar de ese aire doctoral que le acomplejaba y cambió a un estilo más libre.
ResponderEliminarNo creo que el cambio sea tal como se dice en ese texto tan interesante de Roberto Echeto, producto del abandono o del descuido. Me inclino a pensar que fue una opción personal acorde con la moda más libre de mediados de los 60 y 70 adecuándose luego a su propia evolución musical en ese sentido.
Su elegancia innata es anterior al uso del convencional y obligado uniforme de corbata que se estilaba hasta entonces. En cambio su deterioro físico se ve a partir del año 76 y 77 cuando aquellas largas manos se hincharon y enrojecieron de una forma extraordinaria o cuando su cuerpo empezó a encorvarse y llenarse de arrugas que ni la barba y las gafas pueden disimular.
Lo del deterioro físico que apuntas, Doctor, lo reflejas muy bien en un video que colgaste en una magnífica entrada tuya,(que me dejó sin palabras y con un nudo en la garganta, pero que me encantó) en tu "Sinfonia Azul" creo que del mes de junio o julio titulada "El ultimo suspiro de los gigantes".
ResponderEliminarVer y escuchar a Evans o a Chet Baker en esas condiciones físicas y anímicas estremecía y me sigue estremeciendo cada vez que las vuelvo a poner. Aún no pudiendo ni con su alma, geniales hasta al final.
Saludos.
Gracias, Dinah por recordarlo. Es del año de su muerte y contrasta mucho su cara de sufrimiento -enmascarada un poco por la barba, la melena y las gafas- con la belleza de su toque pianístico acariciador quizás en los últimos años más imperioso y roto, menos melódico.
ResponderEliminarhttp://youtu.be/LiwIECDjuCg
Saludos
Muchas gracias por vuestros comentarios, a todo convaleciente le anima ver no es el único que ha sufrido un determinado síndrome. Aunque como ya digo da pena curarse de una enfermedad como esta, para vuestra tranquilidad ya voy escuchando a Dexter Gordon, Sonny Rollins Davis, Parker y como no a Coltrane, aunque de vez en cuando necesito mi dosis de "Waltz for Debby". Gracias a todos.
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